Por Pedro Pablo Sacristán
Cierto rey ordenó a sus 2 hijos construir dos grandes acueductos
que llevaran agua a los maltrechos campos reales, muy castigados por una gran
sequía. El primero tomó parte de las riquezas y ejércitos del padre y con ellos
fue al Norte, donde ordenó a los habitantes de
aquellas tierras trabajar duro en la construcción de la gran obra.
El hijo del rey dirigió la obra diligentemente, pagando justamente a los
aldeanos y terminándola en el tiempo previsto de dos años.
Orgulloso de su trabajo, se presentó en palacio, donde se encontró con las celebraciones por la próxima coronación de su
hermano como rey. Le contaron que había tardado sólo un año en
construir el acueducto del Sur, y que lo había hecho sin apenas soldados ni
dinero.
Aquello le pareció tan extraño que comenzó a investigar la obra
del Sur, llegando a descubrir no pocas irregularidades. Volvió entonces
alarmado a informar a su padre para evitar la locura de la coronación de su
hermano
- ¿Por qué dices eso? ¿hay algo que deba saber? - respondió el
rey
- Sabes cuánto quiero a mi hermano, pero debe haberse vuelto loco, pues ha manchado nuestro nombre mil veces. Construyó el acueducto desviándose de los planos.
- Sabes cuánto quiero a mi hermano, pero debe haberse vuelto loco, pues ha manchado nuestro nombre mil veces. Construyó el acueducto desviándose de los planos.
Creó salidas de agua que llegan a otros campos antes del tuyo, al que apenas llega la mitad del agua. Desafió al primer
ministro en presencia de los aldeanos, se fue sin pagar nada a quienes
trabajaron, y hasta utilizó a tus soldados como obreros. Y quién sabe si esto
es sólo el principio...
El rey, mirando a su hijo con cariño, respondió.
- Hijo mío, lo que dices es cierto. Tu hermano tuvo la
iniciativa de modificar la obra para mejorarla; la sabiduría para proponer algo
que mejoraría las vidas de todos y así convencer a los aldeanos de trabajar
rápido y gratis; la valentía para enfrentarse al primer ministro por defender
la justicia; y el carisma para poner a sus soldados a trabajar en la obra más
horas que los aldeanos. Su compromiso fue tan grande, que él mismo fue quien más tiempo dedicó a trabajar,
olvidando su condición de príncipe. ¿Sabes, hijo? Es por estas cosas que todo
el mundo adora a tu hermano y harían lo que él les pidiera. Más que su rey,
ahora es su líder.
El príncipe se
marchó pensativo, reconociendo en las palabras de su
padre la grandeza de su hermano. Y sin dudarlo, corrió a felicitarle.
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